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El Desafío de Nuestro Sistema Agroalimentario Mexicano

Por: Guillermo Salas Razo

 

El sistema agroalimentario de México se encuentra en una encrucijada crítica. Por un lado, es un motor económico indiscutible, un líder global en la exportación de productos de alto valor como el aguacate y las berries, con un crecimiento proyectado de $45 mil millones para 2025; pero, por otro lado, enfrenta una profunda dualidad, marcada por la vulnerabilidad de su extenso sector de pequeña escala, a pesar de que coexiste con una agroindustria de exportación altamente exitosa.

Sin embargo, las comunidades rurales aún luchan con el acceso limitado a financiamiento, tecnología y mercados, lo que perpetúa su pobreza y la desigualdad; por eso ante este escenario, urge que este sector no solo se enfoque en el crecimiento económico, sino en la construcción de una verdadera resiliencia que abarque a todos sus actores.

Y es que la transformación necesaria no es solo económica, sino también social y ambiental.

El cambio climático representa un desafío existencial, pues las proyecciones indican un aumento de hasta 3 °C en la temperatura promedio del país para 2100 y una disminución de la precipitación, lo que provocará la propagación de plagas, la pérdida de fertilidad del suelo y la destrucción de cosechas.

 Estos fenómenos climáticos llevan a una mayor escasez de alimentos como ya ha sucedido, amenazando la seguridad alimentaria de la población más vulnerable. Adicionalmente, las tensiones comerciales, especialmente con Estados Unidos, generan incertidumbre, afectando a productos clave y a los pequeños productores que carecen de un «colchón» financiero para soportar dichas fluctuaciones del mercado.

Un ejemplo de ello es la controversia sobre el maíz genéticamente modificado, que no solo es un conflicto comercial, sino también una cuestión de soberanía y defensa de la identidad nacional, dada la importancia del maíz nativo como patrimonio biocultural.

 Ante estos retos, la innovación surge como la herramienta clave para la transformación; la «Agricultura 4.0» y la digitalización ofrecen un camino para mitigar dichos impactos climáticos y aumentar la productividad. El uso de tecnologías como los drones, que ha crecido 35% anualmente en México, permite un monitoreo preciso de cultivos y la aplicación de insumos con exactitud milimétrica, reduciendo costos y el impacto ambiental.

Por su parte, la biotecnología, permite el desarrollo de cultivos más resistentes a plagas, enfermedades y sequías, mientras que los biofertilizantes ofrecen alternativas sostenibles a los químicos. Si bien estas tecnologías son prometedoras, su adopción generalizada se ve obstaculizada por los altos costos, la falta de capacitación y la limitada conectividad en las zonas rurales.

 Es aquí donde la política pública y el sector privado deben converger, creando las condiciones para una inversión inclusiva que llegue a quienes más la necesitan.

 Para que la innovación sea verdaderamente transformadora, debe estar en manos de los pequeños productores. La clave no es solo darles subsidios, sino empoderarlos para que adopten una «cultura empresarial» que les permita gestionar riesgos y acceder a mercados rentables.

 El fortalecimiento del asociativismo y de las cooperativas son un mecanismo crucial, ya que les permite lograr economías de escala, reducir costos y mejorar su competitividad.

Por eso creo que el futuro del sistema agroalimentario mexicano será definido por su capacidad de construir un modelo de desarrollo equitativo y resiliente que integre a todos sus actores, donde el desafío es, defender la soberanía alimentaria al tiempo que se impulsa la innovación y la justicia social.

Al adoptar un enfoque holístico, México puede consolidar su posición no solo como un líder agroalimentario, sino como un referente de desarrollo próspero y sostenible, #Palabra_de_Nicolaíta.